Mariana Mazú «¿Y el fin del amor?»

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Mariana Mazu

“En las giras lo único que escuchamos son los discos completos de Alejandro Sanz”, dice –mitad confesión, mitad reivindicación- Mariana Mazú. En una frase sintetiza algo del disco que acaba de lanzar y anticipa la gira que en agosto la llevará por Francia, Italia, Suiza, Austria, Suecia y Bélgica. La cantora ganó el Premio Gardel con su primera placa y acaba de presentar en Buenos Aires su segundo disco: “¿Y el fin del amor?”, donde “fin” opera tanto en su acepción de “final” como en la de “finalidad”.

En este nuevo disco aparece, justamente, un tema de Alejandro Sanz, que resulta ser un tangazo en la voz de Mazú. Una rareza, también, pues Sanz está más asociado a la música melódica y los cantantes románticos. Pero en “¿y el fin del amor?” Mazú expande el horizonte musical del tango e incorpora versiones de canciones de figuras internacionales como Joaquín Sabina, Jorge Drexler y de otras locales, como Omar Giammarco o Max Aguirre. También aparece aquí la primera composición de la cantante, “Desencanto”, que en cierto modo anuda los sentidos que propone el disco. Detrás de todo el andamiaje musical está el productor Pelu Romero, cerebro detrás de algunos de los más destacados discos de tango del último tiempo (como “Martingala”, de Julieta Laso, que aparece aquí como invitada en un tema, lo mismo que Maggie Cullen y Lidia Borda).

Mazú destaca el rol de Romero en su desarrollo artístico. “El álbum me llevó dos años y gracias a él me di cuenta que este reverso del amor que intento mostrar en estas canciones también tenía que ver con un reverso mío, y en cierto modo integrar las sombras que tiene uno, o las cosas que no son tan luminosas”, cuenta. “De alguna forma, Pelu me acompañó a salirme de la zona de confort, de la sonrisa, del buscar agradar y que todo esté bien, por eso para mí el disco logró una profundidad y un color diferente, porque en lo luminoso integra también mis sombras”.

Mariana Mazú

La cantante es la primera en reconocer que sin el acceso a la poética que recorre el disco –y por extensión, sus shows en vivo- puede ser difícil transmitir al público europeo no hispanoparlante el fondo de la cosa. La solución, para ella, es ir por partes. “Hay que explicar cada tema, contar un poquito de cada canción, y se emocionan porque se dan cuenta, aunque no entiendan una palabra de lo que decís, la emoción, la interpretación superan cualquier diferencia del idioma”, asegura.

De su última gira, por ejemplo, recuerda al público de Noruega, de una idiosincrasia muy distinta a la argentina. “Capaz no son tan demostrativos, ves que se suenan la nariz, o se secan una lágrima, y al final del concierto te dicen que fue lo mejor que les pasó en el año, ¡y te quedás dura!”

Sobre su disco, Mazú explica que la conexión con las emociones empezó explorando sus recuerdos de infancia, los sonidos familiares, la figura de su padre. “Los temas están totalmente entrelazados, como continuados, son canciones elegidas en el intento de dar respuesta a la pregunta del título”, plantea Mazú. “Yo quería mostrar el reverso del amor, que sería la parte oscura, la parte no rosa, la parte del amor que no es merengue, que no es esa cosa dulce”, explica. “La imagen del amor como un copo de azúcar está todavía muy presente, donde el amor es todo bueno y sano, y el amor también tiene un reverso, no tan iluminado ni perfecto, ni tan dispuesto ni incondicional para el otro, porque en los vínculos aparecen luego las personalidades, los temperamentos, los problemas de la vida”. Mazú, además de cantante, es psicóloga y eso se hace evidente cuando habla de su obra.



Incluso en el tema que escribió, un vals precioso que aunque habla del fin del amor no deja de mostrar esperanza. “Es un tema que arranca con una desilusión, con qué es lo que hace uno cuando se desilusiona con alguna cuestión del amor o un desencanto con otra persona, y cómo eso motoriza la posibilidad de reparar, de aprender, de reintentar, y cómo uno, a partir de eso, puede volver a construir”, ahonda. “Yo estoy convencida de que con el tiempo las tristezas en algún momento pasan y esta canción está escrita para recordar que eso a lo que le estamos dando tanta importancia, después es una anécdota, porque todos estamos acá para algo más grande que eso. Que no somos el centro de nada, sino que somos parte de una cosa mucho más grande, y en el mejor de los casos podemos hacer algo bueno en la vida de los demás también a través de atravesar las propias situaciones”, reflexiona.

“Cuando veo a una persona que está llena de certezas, me genera como mínimo un poco de susto. ¿Cómo? ¿No duda ni un poco? Tampoco digo que tengamos que ir por la vida dudando de todo porque es insoportable y eso es la neurosis. Pero sí quiero generar una pregunta en el oyente a través de una pregunta así, amplia y ambigua, porque fin puede ser finalidad o puede ser final”, propone. “Y que además no haya una respuesta acabada sino que cuando escuchas el tema de Sabina es una cosa, cuando escuchas ‘Aprendiz’ es otra”. Más allá de la posibilidad de aprender del dolor –que distingue del sufrimiento-, Mazú encuentra en esos recovecos una posible respuesta (o varias). “Sobre la finalidad del amor puede haber una en cada canción. Y a la vez, el fin y el fin del amor es el amor en sí mismo. O sea que está incluida la respuesta en la pregunta. Porque el para qué… el amor en sí mismo es el fin de para qué estamos acá”.

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