Canciones que se sublevan
Un poco de historia: primera entrega.
Es esta la primera de las cuatro entregas en torno a lo que podríamos denominar: “tangos políticos”, “tangos de protesta” o “tangos contestarios”. Si bien, como referí en mi libro TANGO POST 2001: estallido social y nuevas poéticas (2022) no adscribo a la hipótesis de que existieron numerosos tangos que en sus narrativas se rebelaron contra la hegemonía del poder de turno y creo, más bien, que, como sostiene Javier Campo, “la vertiente política del tango dio mucho menos material que su contraparte –decir otra cosa sería deformar la historia para trocar lo que fue por lo que quisiésemos que hubiese sido–”. Sin embargo, sí es cierto que una de las constantes en las letras de los tangos del siglo XXI es el abordaje de los conflictos sociales y humanitarios que atraviesan nuestra sociedad: la injusticia, la violencia, la ciudad contaminada y la desposesión. Esto tampoco quiere decir que la vena testimonial, contestataria o de denuncia sea potestad exclusiva de nuestra generación post 2001. Basta remitirse a la época de huelgas y revueltas argentinas de finales del siglo XIX y principios del XX para dar con un tango anónimo de corte libertario recuperado por el historiador Osvaldo Bayer, Guerra a la burguesía (1901).
Sabemos también de Matufias o el arte de vivir (1903) de un filoso Ángel Villoldo:
Otro tanto puede decirse de los payadores anarquistas, pregonando sus quejas, sus luchas a ritmo de milonga:
En la argentina de hoy
Si no escapo al problema actual y real de una Argentina que se hunde, por tanto, si de presente hablo, se me figura que ciertas letras de tango ya están retornando del pasado para mostrar su cara de alerta o vaticinio. Rápidamente pienso en Pan de Celedonio Flores y Eduardo Pereyra:
Otro ejemplo, y algo desconocido, es el tango ¿Y a mí qué? no el de Aníbal Troilo y Cátulo Castillo sino el de Fernández Blanco y Juan Canaro:
Otra estampa de la realidad que nos quieren imponer y que huele a menemato puede leerse en El jubilado de Luis Alposta y Edmundo Rivero:
Roberto Díaz, letrista con buena producción en las décadas ochenta y noventa dejó su testimonio: A mi país junto al cantor y compositor Reynaldo Martín:
Echando una mirada sobre nuestro pasado reciente pienso en Ezeiza de Jorge “Alorsa” Pandelucos describiendo la migración de tantos argentinos en tiempos de la debacle del gobierno de Fernando de la Rúa:
La lista no es interminable, entre algunos ejemplos de producción del siglo XX cabe nombrar: Noche fría (Gardel / Razzano), Al pie de la Santa Cruz (Battistella / Delfino), Si volviera Jesús (Dante A. Linyera / Mora), Gólgota (Gorrindo / Biagi), No te engañes (Manzi / Lipesker), Silencioso (Expósito / Piazzolla), Argentina primer Mundo (Eladia Blázquez), Julián de abajo (Negro / Valdez), Vientos del ochenta (Tavera / Juárez), sin olvidar Al mundo le falta un tornillo (Cadícamo y Aguilar), Desencuentro (Castillo / Troilo), ¿Y a mí qué? (Castillo / Troilo), más una ración de tangos de Enrique Santos Discépolo, de la sobresalen Qué sapa señor, Yira Yira, y Cambalache, y por supuesto algo de uno de sus antecesores en obras de corte social es el ya nombrado Ángel Villoldo con su Matufias o el arte de vivir, y La suba de alquileres.
Sé muy bien que la poesía, o cualquier otro aspecto vinculante a eso que llamamos “arte” no apaga el hambre de las urgencias primarias, y que la frase “medio pan y un libro” puede resultar romántica; sin embargo, ¿qué de nosotros si nos dejamos arrebatar la sensibilidad? Por tanto, cabe destacar aquí la potencia de uso que nos ofrece el “artefacto canción”, en este caso, los tangos aquí nombrados nos permiten hacer sinergia con necesidades colectivas gritando desde las vísceras el desacuerdo, la rabia, el legítimo reclamo frente a las injusticias.
Esta primera nota es solo un approach, un acercarse a lo que vendrá en la próxima entrega: tangos políticos de éste, nuestro siglo XXI, tan hermoso como rabioso.