El tango en Argentina está repleto de contradicciones. Es una de sus expresiones culturales más genuinas, pero ya no es la más popular. Es el lugar del mundo donde más se componen tangos nuevos, pero no donde más se los baila. Es el país que vio nacer y fulgurar el movimiento del tango electrónico, pero hasta hace un mes no había tenido ningún festival dedicado específicamente a esa corriente.
De modo que es fácil entender a los organizadores –y muchos artistas presentes– del 1º Festival Electrotango de Buenos Aires cuando aseguraban que se trataba de un evento “histórico”. También es comprensible el sentimiento de realización que tenían muchos de ellos. No era sólo la sensación –habitual en otros eventos del género– de haber aportado un granito de arena a la construcción del tango de este siglo, sino saldar una cuenta pendiente para con el electrotango y para consigo mismos.
El tiempo dirá si efectivamente lo de febrero de este año fue un hito. Pero por lo pronto, fue una revelación.
Por un lado, el Festival ratificó la vigencia de un subgénero que se creía pasado de moda. Sus músicos atraviesan un momento de gran madurez y demostraron que a lo largo de estos 25 años desde que comenzó el movimiento encontraron un equilibrio entre lo electrónico y lo tradicionalmente tanguero. Ahora lo electrónico aparece no como un gesto de ruptura o una moda, sino como un modo de conformar texturas que representen genuinamente el presente.
Desde figuras centrales del movimiento como Tanghetto, Narcotango u Otros Aires hasta nuevos exponentes como D-Mol, Kaia Za San, o figuras en ascenso como Tangorra, el presente musical del electrotango es sólido.
Habitualmente se considera que la danza no avanzó tanto como la música en el tango contemporáneo. Muchas veces porque se mira sólo los espectáculos de espacios tradicionales, pero el Festival fue una buena vidriera para un montón de gente que desde distintos ángulos buscan incorporar nuevos elementos al tango-danza. Los bailarines Hugo Mastrolorenzo y Agustina Vignau, ex campeones mundiales ofrecieron una performance especialmente interesante. Mastrolorenzo tiene varios libros donde analiza el devenir del baile y llama a proponer un tango escenarios más pensado en exponer ideas que en el artilugio atlético.
También hubo muestras de otras búsquedas artísticas, como el tango fusionado con la biodanza o el tango exótico de Lía Martínez –una de las organizadoras del Festival–, o enfoques alternativos del baile, como la gente del contact-tango, una movida que en Buenos Aires ya tiene algunos puntos de partida y que sigue creciendo y aumentando su legitimidad en el circuito milonguero.
Entre los dj’s hubo variedad de propuestas. Es que el tango siglo XXI no tiene –al menos, no aún– un discurso establecido y fijo de cómo debe musicalizarse. Un dj de tango tradicional “debe” pasar sí o sí ciertas orquestas. Esa concepción de qué es correcto que suene en una milonga no-tradicional aún no existe. ¿Versiones de clásicos con otras influencias? ¿Tangos enteramente nuevos? ¿Sólo tango electrónico? ¿Non-tango? Todas esas posibilidades confluyeron en el Festival. Y todas fueron bien recibidas y bailadas, con una apertura de espíritu que no siempre se ve en otros espacios.
De modo que ni el tango electrónico reemplazará al tango tradicional ni estas formas alternativas de bailar tango son el futuro de la danza. Pero ambos son elementos que seguramente con el correr de los años se incorporarán a los cánones aceptados del género y enriquecerán a músicos y bailarines de cualquier extracción, que ayudarán a reconfigurar eso que entendemos como tango.
Bienvenidos al futuro.
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