La celebración del carnaval asume distintas formas en cada parte del mundo, desde las multitudinarias scolas do samba de Río de Janeiro (Brasil) hasta los elegantes desfiles de máscaras de Venecia (Italia). En los márgenes del Río de la Plata asomaron las murgas. Al este del río, en Montevideo, apareció la “murga uruguaya”, que suele presentarse en los “tablados” en formato eminentemente coral y separada de los cuerpos de baile (que aparecen en las “llamadas”, al comienzo del carnaval). En Buenos Aires, en cambio, las murgas son cuerpos integrados tanto por coristas como por músicos y bailarines que circulan por los “corsos” porteños representando a sus barrios. En ambos casos, por historia y por cultura, hay un poderoso vínculo con el tango.
En la famosa “Buenos Aires de antes”, esa de la que hablan tangos como “Cascabelito” o “Mascarita”, los bailes de carnaval eran esencialmente milongas con “números vivos”, con la aparición de alguna orquesta o espectáculo adicional. Incluso grandes figuras del tango tradicional, como Ángel Villoldo, eran habituales poetas para las murgas de la época, y aún hoy las murgas toman como fuente distintos tangos para reformular sus letras y hablar del presente.
Aunque con el correr de las décadas (y la prohibición de las milongas por un lado y de los carnavales por otro en las dictaduruas militares) tango y murga fueron escindiéndose, en el tango del siglo XXI hay varios ejemplos que mantienen viva esta tradición de encuentro entre ambos géneros. Para algunos, incluso, la murga, y por extensión el candombe, es como el vals o la milonga: un género musical aún entroncado con el tango). Agrupaciones como Los Garciarena o Despelotango mantienen vivo el vínculo y otros grupos como Quiero 24 o experiencias como el disco Don Ángel Demonio (colectivo) o las milongas de carnaval en homenaje a Alberto Castillo recuerdan la ligazón entre estos dos géneros de raigambre popular.
También hay figuras de renombre, como el fallecido Juan Carlos Cáceres (que exploró toda la herencia afroinmigrante en el tango) y Ariel Prat, que en su larga trayectoria también abrevó en ritmos vinculados al carnaval (aunque sus últimos discos son más propiamente tangueros).
“La murga pertenece a la estructura folklórica de la ciudad de Buenos Aires, por ende tiene una relación directa con el tango, que es otro de los folklores citadinos”, señala Pitu Frontera, director de Los Garciarena. Frontera recuerda la década del ’40, con los bailes de carnaval y los clubes de barrio. “Ahí las comparsas y las agrupaciones humorísticas trabajaban con algo que viene de la commedia dell’arte, que es la ‘astracanada’, que utiliza las melodías del momento y le pone su propia idiosincrasia, la letra e identidad de quien la reinterpreta”, explica. Ese mecanismo, en pleno auge del tango se hacía, naturalmente, con el 2×4. “Si bien la murga toca rítmicamente en 4×4, el frase de entonces era absolutamente tanguero”, destaca.
Abel Momo, integrante de Despelotango, coincide en señalar el vínculo entre tango y murga por medio del carnaval. “Es el lugar que nos va dando lo que sucede cada año, en tiempo real”, señala e incluso le agrega una pata geográfica extra. “Tango y murga tienen que ver con un arrabal porteño surero”, se anima. Luciano Rosini, líder de la banda, coincide y destaca que ellos no hacen “fusión” de tango y murga, sino que ambos géneros están entroncados en la misma tradición musical.
Frontera, por su parte, señala que los Garciarena trabajan “con las células rítmicas del tango, la milonga y el vals, que se intervienen con instrumentos de la murga, incluyendo al principal de ellos: el bombo con platillo”.
En otros ejemplos, Quiero 24 también tiene su costado murguero (que muchas veces emerge desde el candombe). Cholo Castelo, su cantor, supo “salir” con murgas cuando era pibe y volvió a hacerlo recientemente (en 2019) con la Zarabanda Arrabalera. “Quiero 24 tiene el espíritu del carnaval, de vestirse para cantar nuestras penas y alegrías, de gente que se disfraza para contar, más allá de lo musical, que en algunas canciones se nota más y en otras menos, compartimos la forma de encarar la actividad artística desde ese lado de la cultura popular”, puntualiza.
El mecanismo de llevar los instrumentos de la murga al universo del tango es el más frecuente, pero hay también experiencias en el otro sentido. Por ejemplo, Quilombo, que es uno de los discos mejor reputados de Astillero (la agrupación de vanguardia dirigida por Julián Peralta). Respecto a esa placa, Frontera señala que Peralta “utiliza la célula rítmica del bombo con platillo y las mete en los instrumentos melódicos de una orquesta y tira todo a tierra, a 4×4”. Como dato adicional, la chelista de Astillero –la notable Jacqueline Oroc- fue murguera durante su adolescencia.
A la hora de ponerse algo más técnicos, Frontera tiene mucha data para ofrecer y destaca que la murga trabaja mucho con la idea musical de unísono en los coros (“como en la cancha de fútbol”), y en ese sentido aparece la figura de Villoldo, que solía trabajarlo también. Una “ingeniería de lo simple”, advierte el músico. “Capaz con una murga no hacés un D’Arienzo, pero sí hay fraseos en los platillos que tranquilamente están en un bandoneón, o alguna bajada de guitarra, que si están ahí es porque el bombo va a tierra y el platillo solea, digamos, porque son células rítmicas que trabajan como extractos de las musicalidades antiguas”, explica. “Despelotango –comparte Rosini- le devuelve el beat de la percusión al tango, y a la murga la armonía”.
Finalmente, también hay entre murgas y tangos un universo lírico compartido. “Ambas hablan del barrio, de la vida, de la calle, el amor”, enumera Rosini. “También de las alegrías, porque la murga es una celebración y no todo el tango es bajonero”. Que se lo digan, sino, a los milongueros que al salir a la pista sienten su corazón repiquetear.