El tango en la Argentina mileista

Habitualmente, cuando asumen nuevas autoridades hay una catarata de anuncios en todas las áreas de gobierno. El inicio de gestión de Javier Milei al frente del Ejecutivo nacional sólo vio anuncios en materia económica y de seguridad: ajuste y amenazas de represión ante la protesta. Un fenómeno a nivel nacional que se replica en los aliados locales del mileismo en la Ciudad de Buenos Aires, ahora a cargo de Jorge Macri (primo del ex presidente Mauricio Macri, actual aliado y principal proveedor de funcionarios del primer mandatario).

Para la cultura, en el sentido más amplio posible del término, los problemas empezaron a dos semanas de iniciado su mandato. Primero, con un Decreto de Necesidad y Urgencia –viciado de inconstitucionalidad–, pero sobre todo con el posterior envío al Congreso Nacional de una “ley ómnibus” que pretende reformar el Estado de punta a punta y que, en distintos apartados, se ensaña con una serie de instituciones gubernamentales vinculadas a la cultura que o bien apenas suponen déficit para las cuentas estatales, o directamente son entes autárquicos que se autofinancian.

Así, por ejemplo, Milei propone (reclama e intima al Congreso) eliminar instituciones como el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Nacional del Teatro, el INCAA (vinculado al cine) y la “ley del libro”, que protege a las librerías. A favor de la cultura (o de casi cualquier otro rol estatal), nada. Lo peor del caso es que estos ni siquiera son los puntos más terrible del proyecto oficialista, que incluye la delegación en el Ejecutivo de facultades propias del Poder Legislativo y hasta la prohibición en la práctica del derecho a protesta social, con aristas que lo emparentan con la última dictadura cívico-militar en el país.

Además, y en términos institucionales, el Ministerio de Cultura de la Nación fue degradado al rango de Secretaría y quedó bajo la órbita de un megaministerio De Capital Humano (que incluye otras áreas, como Trabajo y Educación). A cargo de la flamante Secretaría está el productor teatral Leo Cifelli, quien se inició en la gestión pública durante el efímero (conflictivo y olvidable) paso de Ángel Mahler al frente de la cartera porteña. Para Mahler ofició de Jefe de Gabinete y, para muchos, esa fue la peor gestión en Cultura de la Ciudad en las últimas décadas. En declaraciones a medios locales, lo único que anticipó Cifelli es que bajo su mando el ajuste no sería «muy fuerte» porque -contra todo lo que sus partidarios dijeron en campaña- el organismo no tenía un presupuesto muy grande. También señaló que los artistas no cobrarían por encima del valor de mercado de sus servicios.

En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en tanto, el flamante jefe de gobierno Jorge Macri confirmó al frente del Ministerio de Cultura a Gabriela Ricardes. Ricardes viene de ejercer como directora del Circuito Teatral Buenos Aires y reemplazará como Ministro a su jefe, Enrique Avogadro. Como en Nación, también ella viene del mundo del teatro. La flamante ministra comenzó en la gestión pública junto al nefasto Hernán Lombardi y supo tener encontronazos con distintas figuras, que la acusaron de “mercantilizar” la cultura. En línea con lo que se sugirió en campaña desde el riñón mileista.

Milonga La Santa Dominga - Ensayo Abierto - Foto: Bárbara Lax

Tanto Cifelli como Ricardes designaron a varios funcionarios de segunda línea, pero no hicieron otros anuncios. La atención mediática, por otro lado, está puesta en las medidas de Milei. Jorge Macri hace la plancha y parece que no hubiera asumido su cargo aún: ni siquiera se preocupó por levantar las ramas caídas en toda la ciudad tras un furioso temporal.

Más allá de los anuncios oficiales, se pueden hacer algunas inferencias. La primera, evidente, es que ni Nación ni Ciudad consideran a la Cultura -y por extensión al tango- una prioridad.

Si la comunidad tanguera viene bregando por un Instituto Nacional del Tango, ese sueño deberá cajonearse al menos por los próximos cuatro años. Si las autoridades peronistas eran reticentes al proyecto (argumentaban, no sin razón, que darle un Instituto Nacional al tango suponía tener que dárselo también a otros géneros folklóricos característicos de otras latitudes del país), difícilmente un gobierno ultraliberal le dé entidad a esta idea si al mismo tiempo están eliminando sus pares de otras disciplinas. Más bien, el oficialismo está en el otro extremo: sus votantes tienen como máxima aspiración cultural la instalación de Hooters en el país (sí, la cadena de bares con meseras vestidas con poca ropa) y enarbola cuanta bandera norteamericana tenga a mano.

En la Ciudad de Buenos Aires se ve difícil que el presupuesto pueda seguirle el tranco a la inflación ni que las dos principales políticas que recibe el sector (el Mundial de Tango y BA Milonga) reciban partidas que siquiera emparden la inflación que sufrió el país en el último año. Así, el festival TANGO BA dependerá más de sus socios y sponsors comerciales. Y las milongas que consigan «beneficiarse» con el subsidio BA Milonga podrán contratar menos artistas, solventarán menos gastos y mejorarán menos su infraestructura.


Así las cosas, el foco estará puesto en qué pueda suceder con los privados. Dejando de lado los locales for export (cenas show y similares), la perspectiva macroeconómica es de recesión y estanflación. En este sentido, la experiencia del campo cultural en la Argentina y otros países suele ser similar: el consumo de cultura, ocio y esparcimiento se contrae, se reemplaza por opciones gratuitas o directamente se elimina.

Esto puede significar menos milongas o más despobladas. Y aún resta ver el impacto que tendrá la nueva situación socioeconómica en el turismo internacional, una de las cosas que sostiene el funcionamiento de muchas milongas mainstream del circuito.

Además, hay que considerar otros posibles escenarios. Por ejemplo, la desregulación de los alquileres lleva a los propietarios a querer cobrarlos en dólares, a montos muchas veces impagables. Esto vale tanto para los hogares de los milongueros como para los salones donde se celebran las milongas. En el caso de la gente, es muy probable que esto termine por alejar a muchos porteños de sus barrios y los aleje del centro, cuando no directamente al conurbano bonaerense. Mientras se escriben estas líneas, las cámaras empresarias de ómnibus redujeron sus servicios para presionar por un aumento del boleto. Si a eso sumamos el alza del precio de los combustibles -que ya es una realidad-, hasta el milonguero más devoto tendrá dificultades para acercarse a su milonga favorita.

¿Habrá más milongas en barrios periféricos y en el conurbano? ¿Disminuirá la cantidad de milongas –tanto mainstream como alternativas- en la Ciudad de Buenos Aires? Es pronto para decirlo, aunque parece probable. Si ya con menos plata en el bolsillo en los últimos años pre y postpandémicos muchos bailarines tuvieron que reducir la cantidad de salidas semanales, es fácil inferir que esa frecuencia no hará sino disminuir. En el mejor de los casos se trasladará a sus nuevos barrios.

Así las cosas, el turista extranjero hará bien en estar atento a las distintas guías de milongas porteñas. Aunque el circuito aún resiste, se anticipa para marzo/abril una fuerte contracción del consumo, cuando se termine de materializar en los bolsillos todo el peso de las medidas de ajuste de Milei. Para peor, eso coincidirá con la habitual “temporada baja” del circuito milonguero, que tendrá que ver cómo capear la tormenta. La escena local puede atravesar una reconfiguración muy pronto, y difícilmente sea con pistas ordenadas.

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