Balance Tango BA Festival y Mundial 2024

A comienzos de año había serias dudas sobre cómo impactarían los cambios de gobierno (tanto a nivel estatal como provincial) en las políticas públicas vinculadas al tango. Uno de esos motivos de preocupación era el festival y mundial Tango BA, que padece desde hace años restricciones presupuestarias. La edición que culminó el pasado martes parece haber atenuado algunas de esas preocupaciones.

La edición 2024 fue una de las mejores que se recuerde en una buena cantidad de años, en distintos sentidos. Por un lado, desde su estructurua: el Festival recuperó el uso intenso de algunas sedes características de la cultura porteña, como el Centro cultural General San Martín o su par de Recoleta, que agregaron consistencia a la programación y facilidad de acceso al público general, que solía dudar con ir hasta los márgenes de la ciudad en La Boca para acceder a la Usina del Arte.

Por otro lado, mejoró notablemente su curaduría musical, que además de cierto equilibro, también encontró un tono que se preocupó por destacar a las distintas corrientes surgidas en las últimas décadas, sin por ello relegar excesivamente a los grandes del género: Susana Rinaldi y Raúl Lavié tuvieron sus momentos estelares, lo mismo que el enorme Néstor Marconi (que gozó de su propio homenaje en el mítico Teatro Colón), pero hubo momentos para figuras importantes de los ’90 como Juan Carlos Baglietto, voces como la de Nahuel Penissi, compositores de la talla de Julián Peralta.

El arco estilístico fue desde el tango-jazz piazzolleano de Luis Ceravolo hasta la particular formación de Cuerdas del plata, y desde la búsqueda más académica de los hermanos Guerschberg hasta el perfil hiper milonguero de Tango Bardo, pasando por un montón de diversas propuestas intermedias.

Hubo también variedad de formaciones, desde dúos (a veces en los bares notables de la ciudad, otras en reductos como la Academia Nacional del Tango, que aflojó su habitual semblante estricto para alojar nuevas expresiones) hasta orquestas milongueras de gran trayectoria, como la Sans Souci o la Misteriosa Buenos Aires. No faltó espacio para el ya reconocido mapping de Otros Aires ni para el tango Freestyle de Mario Rizzo.

En síntesis: sólo un espíritu particularmente obtuso y refractario a las nuevas expresiones del género (o las nuevas de los últimos 40 años, aún más allá de lo estrictamente nuevo del presente siglo) podía quejarse de la programación musical.

Esta proyección al presente también se extiende hacia adelante, con la concreción de un primer encuentro de orquestas escuelas de tango, que incluyó no sólo a las estatales, sino a varias privadas del circuito. Y después de un buen tiempo, allí estuvo la Orquesta El Arranque, que no fue homenajeada por sus 25 años en 2021, pero al fin pudo volver a dar el presente en la cita máxima del tango.

En lo que hace a la danza, el galardón máximo en la categoría de pista fue para una pareja que hace rato trajina las pistas porteñas, trabajandolas mucho: Lucas Brenno Marques y Fátima Caracoch. La competencia de Escenario, en tanto, fue algo deslucida en comparación con años anteriores. Técnica notable, sí, pero poco para expresar y decir en las coreografías que propusieron las parejas. En la final se impusieron Ayelén Morando y Sebastián Martínez.

De la competencia mundialista no hay mucho para destacar, más allá del récord de inscriptos y aspirantes al título de “Campeones del Mundo”. Llamó la atención que muchas parejas del rubro Escenario eligieran versiones de Tango Bardo en sus intentos de consagración, aunque a la postre el título quedó en manos de visiones más conservadoras. Los ganadores de la categoría Pista, en tanto fueron especialmente celebrados pues se trata de una pareja que desde hace años trajina las pistas porteñas con humildad, paciencia y dedicación, sin alardes ni fastos innecesarios.

Para los milongueros, la gran novedad de este año fue la reincorporación (tras un año de ausencia) de las milongas oficiales del Festival, que se realizaron en el Centro cultural General San Martín, en vez de su –hace 2022- habitual locación de la Usina del Arte. Más allá de algunas quejas, la ubicación céntrica del espacio y su convergencia con las clases de danza para principiantes, avanzados y talleres profesionales habilitó una notable circulación de bailarines y milongueros que la convirtió en una sede particularmente festejada.

Los organizadores de esta edición pueden ostentar localidades agotadas –aun si buena parte de eso se debe a lo céntrico de muchas de sus sedes y al aprovechamiento del acceso gratuito que hicieron muchos tangueros, jaqueados por la crisis económica que atraviesa el país-.

Pero más allá de esos motivos, lo que conviene analizar fueron los cambios organizativos que se dieron a nivel gubernamental para concretar una edición semejante sin un aumento sensible de presupuesto. Tango BA depende de las oficinas de Festivales, una división del ministerio de Cultura del gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que tiene a su cargo encuentros como el BAFICI (cine), el FIBA (teatro), Buenos Aires Jazz o Ciudad Emergente, entre otros.

El Ministerio, en tanto, hasta el año pasado a cargo de Enrique Avogadro, quedó en manos de Gabriela Ricardes, que venía de oficiar como titular del Circuito Teatral Buenos Aires, es decir, de la red de teatros oficiales de la Ciudad. Un pase de manos puso al frente de Tango BA a Gustavo Mozzi –responsable del área BA Música- y desplazó al puesto de programadora del área de danza del festival a su directora de los últimos años, Natacha Poberaj.

Estos cambios incidieron fuertemente de dos maneras. El primero, evidente, fue que se allanó el acceso del Festival a otros escenarios porteños, que solían estar vedados o limitados por las rencillas internas de los funcionarios del partido gobernante (el PRO). El segundo fue la experiencia de Mozzi, quien ya había fungido como reponsable del Festival en el alba de los tiempos y ahora retomó la tarea con quince años de experiencia en la función pública, algo que inevitablemente agrega roce y muñeca política para conseguir recursos y voluntades. Su propia formación como músico terminó de redondear una tarea curatorial que evidenciaba la presencia de una escucha atenta del desarrollo del género de los últimos años.

El cambio de manos no perjudicó particularmente a bailarines y milongueros (cuya participación había crecido mucho con la dirección de Poberaj). Con la ex campeona del mundo tejiendo redes entre sus colegas, el Cultural San Martín emergió como un nodo central para esta edición y en los pasillos del histórico espacio ya se evaluaba dar continuidad al espacio milonguero que se había constituido en el hall central del edificio.

Lo notable del caso es que aún con todo esto a favor, el jefe de Gobierno porteño Jorge Macri no pudo evitar la silbatina cuando intentó capitalizar los resultados para su imagen, yendo a entregar el primer premio del Mundial. El público no perdona fácilmente el alineamiento de su partido (dirigido nada menos que por su primo, el ex presidente Mauricio Macri) con el gobierno nacional del Javier Milei, que disparó los índices de pobreza, ni los dilaciones que sufren otras políticas de su gobierno vinculadas al tango, como BA Milonga o la Semana de las Milongas.

Ahora queda un año para esperar a ver si las autoridades porteñas aprendieron las lecciones de una organización digna y si pueden sostener en el tiempo lo que se hizo bien en 2024. 2025, que además será año electoral en el país, traerá mucho para analizar.

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